viernes, mayo 19, 2006

Cannes 2006: las dos caras del mega festival


Sin dudas que el Cannes más vigoroso suele estar lejos de la competencia oficial. ¿Cuáles son las opiniones este año sobre el llamado «festival de festivales»? En primer lugar, que poco a poco va concretando un trueque de especialidades: si en otras ediciones confluían en él descubrimientos y nuevas tendencias, ahora su carácter es mucho más fuertemente industrial y comercial, y las grandes firmas ya no son tanto las de los cineastas rebeldes y «anti-sistema» sino las de las empresas cinematográficas europeas, norteamericanas y asiáticas, que dominan el «Marché du Film» con una presencia casi prepotente. La carrera de películas, sin embargo, recién empieza, y quedan varias jornadas para que el perfil termine de dibujarse con más claridad. La hojarasca con «El código Da Vinci» terminó muy rápido: mucho más ruido hicieron las críticas del día posterior a la Jornada Inaugural (con sus estrellas Hanks, Tautou, Mc-Kellen y el director Ron Howard llegando a Cannes en tren) que el temor por eventuales protestas que finalmente no ocurriero. Los que protestaron, sí, fueron muchos críticos internacionales, que se quejaron de la pobreza de la película, y coincidieron que se trata de un inevitable best-seller fílmico ad hoc: ningún libro que venda lo que vendió el de Dan Brown puede quedarse sin esa rama tan importante del merchandising como lo es, en algunos casos una película «critic proof», es decir, exitosa de todos modos y a prueba de críticos. En la Sección Oficial, a continuación, se presentaron ayer dos films potentes, aunque no demasiado distintos de lo que suele verse habitualmente en cartelera: un nuevo título del combativo Ken Loach, «The Wind That Shakes The Barley», nueva crónica violenta de la enemistad entre irlandeses e ingleses, ambientada en las luchas de los años '20, y la no menos dura «Palacio de verano», de Lou Ye, relato de amores desgastantes y rebeldías sexuales, con el marco de la China de fines de los '80.
Por amor a París La otra apertura de ayer fue muchísimo más estimulante: la sección «Un certain regard», la más importante de las muestras paralelas, se inauguró con una película colectiva de características bastante inusuales. El film era «Je t'aime, Paris», producción a cargo de 40 cineastas diferentes, que tuvieron la consigna de filmar una historia de amor en cinco minutos, ambientándola en París. El film persigue dos metas: una confesable y presentable, la otra menos. En primer término, y a la manera de Umberto Eco (que escribió «El nombre de la rosa» para resignificar el sentido de una palabra, más que una flor, agotada por el tiempo), todos estos cineastas, en su mayor parte no franceses, fueron convocados para que con una óptica propia, y se supone que distinta, ofrecieran una mirada fresca sobre París. La otra meta, más en off, es el intento de probar al mercado para comprobar si el llamado «film à sketches», que tanto dinero le redituó a los italianos en la década del '60, todavía puede funcionar. Muy esperado, este film (que logró colmar la sala Debussy a una hora temprana, 11 de la mañana) fue aplaudido, del mismo modo, à sketches: los segmentos más valiosos se recibieron calurosamente, y los demás con discreto silencio. A destacar los que justifican la película: la paradoja amorosa filmada por Isabel Coixet (con Sergio Castellito y Miranda Richardson), acerca de un hombre que piensa plantearle el divorcio a su esposa en el momento en que se entera de que ella tiene una enfermedad terminal; el de los hermanos Coen, con un estupendo Steve Buscemi (que no dice una palabra), molido a golpes en la estación Tullerias del metro; el de Alexander Payne («Entre copas»), tal vez el mejor de la película, sobre una solitaria cartera de Denver que viaja a París, y que en su mal francés confunde todo: en ese desvarío, por caso, se emociona en el cementerio de Père Lachaise ante la tumba de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, a quien toma por Simón Bolívar, acaso el más delirante chiste surrealista escuchado nunca en un film: «Sartre y Bolívar se quisieron tanto que hoy descansan juntos en paz».

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