Müller, el gran goleador alemán de los años setenta, sufría del síndrome de Peter Pan. Durante el mundial del año '74, el entrenador debía subir a la pieza de su hotel y leerle un cuento infantil. Si no lo hacía, no se dormía. Los nervios le provocaban insomnio. Müller no quería crecer. Con la inmensa mayoría de los periodistas deportivos de la televisión que fueron a Alemania a cubrir eso que llaman "la previa", debe pasar algo similar. O no pueden crecer, o no saben, o no quieren. O, por qué no, a lo mejor no son periodistas deportivos. O ni siquiera periodistas.
En estos últimos días, las pantallas nos han atosigado y nos siguen atosigando con estos hombrecitos algo cancheros que, micrófono en mano, cargan y se burlan de todo aquello que les es ajeno y que, obviamente, desconocen. Síntoma y síndrome de cierta pequeñez, la burla fácil reemplaza a la información, a la genuina anécdota de color, a la crónica deportiva o social de un medio que sin duda les queda grande. ¿Complejo de inferioridad? Alguna razón de ignorancia debe haber en estos liliputienses de la pantalla chica enviados al Mundial para que sus complejos terminen en chiste. Casi siempre fácil, por lo general patético. "La previa", de la boca y los gestos de esta fauna menor, se transforma en pavada. ¿O será que por ignorancia rechazan lo que desconocen? A lo mejor. O a lo mejor eso es pensar demasiado y se trata nada más que de una comunidad tilinga llamada, por todos los medios, "enviados especiales".Es curioso, estos "enviados especiales" tienen un enorme sentido del humor. Se burlan de la pronunciación alemana, se burlan de los apellidos extraños, se burlan del color de la piel de los turistas africanos, se burlan de los usos y costumbres que les son ajenos, se burlan de todo aquello que no logran interpretar. En rigor, se comportan como tontos de exportación o, seamos leves y aleves con la acepción, como bolu... alegres en tierra foránea. Lo mismo y sin redundancia les pasaba a algunos hombrecitos diminutos de los cuentos de Carroll, los hermanos Grimm o Andersen: malinterpretaban lo que les era desconocido. Claro que aquellos hombrecitos habían surgido de la imaginación y no del país del nunca jamás. ¿Les falta memoria a los enviaditos especiales?En el país de la previa, la ecuación de perder el tiempo es parte de la cargada nacional. Antes del partido, un poco de gastada. Está bueno: un poco del argentinito fascista para reírse del asiático que no puede repetir frases en castellano, otro poco del porteñito piola para avivarse del alemán que no sabe que la camiseta que le intercambian es trucha de La Salada, algo más del diminutivo racista vernáculo para cargar al negro que no entiende pero que acompaña con candor y sonrisas las burlas que se le hacen por su color de piel. Digo yo, ¿y no habrá algún judío de paso por Nuremberg para que esta perspicaz avanzada televisiva argentina se burle, un poquitito nomás, de los crematorios en donde estuvieron sus antepasados? Chistes temáticos deben sobrar en sus alforjas. Son tan rápidos. Y encima vienen de un país que tiene todo resuelto.
La avanzada liliputiense que hace la previa televisiva de este Campeonato Mundial de Fútbol de Alemania 2006, debería tomarse como ejemplo. Con sus cargadas discriminatorias, con sus burlas idiomáticas, con sus avivadas para la risa fácil y sus ignorancias de tiempo completo, sin duda en algo nos representan.
También, por supuesto, son el reflejo de la mentalidad Peter Pan del país de su camiseta. No nacieron como hongos maravillosos del territorio de Alicia y su espejo mágico. Nuestros enanitos burlones nacieron en un país travieso. Uno que puede burlarse del orden en las calles, de las normas de tránsito, de la seguridad y el respeto colectivos. Uno que puede hacer chistes con el alcohol sin restricciones en las calles de un país adulto, pero que prefiere hacer la vista gorda con el consumo en el propio (que lo digan los vecinos de la recoleta correntina).
Nuestros enanitos televisivos son verdaderos barrabravas. Barrabravas de la inteligencia vernácula. A veces deambulan por los sex-shops y hay que ver lo originales que son. Da gusto. Puede que no ganemos el mundial, a lo mejor llegamos a la final y somos campeones. No importa, sea cuál sea el resultado ya hemos ganado un título. Eso sí, al regreso habría que pedirles la copita. No pesa tanto y no sea cosa que se la olviden.
jueves, junio 15, 2006
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